“Si les gustan aquí, les gustarán
en cualquier parte,” dijo Joseph
en la furgoneta camino de Nueva York. Nuestro destino: el Teatro Apolo de
Harlem –“un lugar donde se crean las estrellas.”
Durante
todo el camino desde Indiana nos iba contando su significado y los artistas que
habían triunfado allí: Ella Fitzgerald, Lea Horne, Bill “Bo Jangles” Robinson,
un bailarín de claqué y… James Brown. El Apolo era la plataforma para los
artistas Afro-americanos. “Pero si
cometen un error y lo hacen mal, el público se volverá contra ustedes. Tienen
que hacerlo bien esta noche,” dijo Joseph.
Nosotros,
sin embargo, no estábamos tan intimidados. Al entrar al camerino y abrir la
ventana, lo primero que vimos fue una pista de baloncesto. Todos queríamos
salir afuera a lanzar unas canastas, pero entró Joseph y todos saltamos fuera
de la ventana centrándonos de nuevo. Joseph sabía que el Apolo no era como
Chicago. El público del Apolo sabía sobre el espectáculo. Si la cosa iba mal,
empezaban a crecer los murmullos y a llegar misiles al escenario; latas, frutas
y palomitas. Cuando iban bien, se ponían en pie, cantando y bailando. Nadie
salía nunca de allí preguntándose “¿Cómo salió todo?”
Tras
el escenario, fuera de la vista del público, hay un tronco de árbol, “El Árbol
de la Esperanza” procedente de un árbol caído que una vez estuvo en el Bulevar
de los Sueños, como se conoce a la Séptima Avenida; entre el Teatro Lafayette y
Connie’s Inn. Según la vieja superstición, los artistas negros tocan ese árbol
en busca de buena suerte. Michael y Marlon lo tocaron debidamente, pero no creo
que la Suerte tuviera nada que ver con la actuación que dimos esa noche.
Levantamos
el Apolo y la gente se puso en pie enseguida. Terminamos ganando el Superdogs
Amateur Finals Night y fuimos invitados a volver, esta vez siendo pagados por
nuestra actuación.
Lo
mejor de hacer el circuito de actuaciones por Chicago era que podíamos estar
siempre a la sombra de los grandes. Ya habíamos conocido y compartido escenario
con Gladys Knight y los Delfonics, The Coasters, The Four Tops y The
Impressions, pero hubo dos encuentros impresionantes.
El
primero con Smokey Robinson. Cuando se acercó hacia nosotros no podíamos creer
que estuviera allí perdiendo el tiempo con nosotros. Cuando se marchó, ¿saben
de qué hablamos? De sus manos. “¿Sé dieron cuenta de lo suaves que son sus manos?” Susurró Michael. “Son más suaves que las de mamá!” añadió.
El
segundo fue cuando fuimos invitados al camerino “sagrado” de Jackie Wilson.
Para nosotros era sagrado porque era el Elvis negro antes de que surgiera el
Elvis blanco.
Fue
Michael quien le asaltó a preguntas, primero educadamente, preguntándose si le
contestaría a alguna. “Seguro, adelante
chico,” dijo Jackie. ¿Qué sientes cuando estás en el escenario? ¿Cuánto
tiempo ensayas? ¿Cuándo empezaste a actuar?.
Joseph
nos dijo que alguna de las canciones de Jackie Wilson habían sido escritas por
Berry Gordy y una de ellas, “Lonely Teardrops”, había sido el primer número uno
del señor Gordy.
En
nuestros encuentros con estos artistas supimos que estaban en el nivel en el
que nosotros queríamos estar. Me gustaría recordar todas las perlas de
sabiduría que cada uno dejó en nosotros, pero están escondidas en algún lugar
de mi mente. Michael almacenó todas esas influencias absorbiendo cada detalle
–el modo en que caminaban, hablaban, se movían- los observaba en el escenario;
las palabras de Smokey, los pies de Jackie, y camino a casa nos decía: “sé dieron cuenta de…”, “escucharon cuando dijo…”
o “vieron
a Jackie hacer ese movimiento…”
Mi hermano era un maestro estudiando a la gente y nunca olvidaba nada, llenando
su mente con una carpeta mental que podría haber llamado “Grandes Inspiraciones
e Influencias.”
***
Marlon
se convirtió en la excusa para que Joseph nos hiciera ensayar mucho más tiempo.
Aunque más adelante pudimos ver una razón más profunda para ello.
Pero
si James Brown ponía multas a sus Famous Flames cada vez que cometían un error,
Joseph prefería los azotes.
Una
vez que Marlon no podía aprender bien un paso le dijo que saliera afuera a
recoger una rama de un árbol. Sabíamos que era para pegarle con ella. “Cuando te olvidas,” ladraba Joseph, “esa es la diferencia entre ganar y perder!”
Mientras le azotaba detrás de las piernas, Michael salía corriendo y
llorando, incapaz de mirar.
Pero
Marlon volvía a equivocarse y, tratando de ser más listo, se tomaba su tiempo
para buscar una rama más fina y gritaba más alto de lo que en realidad le
dolía. De ese modo el azote acababa antes. Michael le consolaba diciéndole, “Lo estás haciendo bien,
lo conseguirás, sigue así.”
En
los recreos de la escuela, Michael aprovechaba para enseñarle diferentes
movimientos. Como les gustaban mucho las películas de Bruce Lee, Michael se
llevaba al colegio los palos de artes marciales –nunchaku- y camino de la
escuela los utilizaban para practicar fluidez, flexibilidad y gracia de
movimientos. Creo que por eso Marlon se convirtió finalmente en un consumado
bailarín; era el más tenaz de todos nosotros y nunca dejó de intentarlo, además
de dedicarle una cantidad extra de horas.
Pero
Michael odiaba que Joseph usara su propia medida de calidad para juzgar la de
su hermano. El modo en que su escrutinio sin perdón siempre planteaba la duda
de si algo era lo suficientemente bueno.
Quizás
el resentimiento que todo ello avivó era lo que estaba detrás de su rebeldía.
Durante los ensayos, si Joseph le pedía que hiciera un cierto paso o intentara
un nuevo movimiento, Michael, cuyo estilo libre requería una falta total de
instrucciones, se negaba. Michael se convirtió en uno de esos chicos que se
ponía tirante ante una orden; atreviéndose más allá de lo que lo hacíamos
ninguno de nosotros. Ello hacía que, inevitablemente, recibiera el azote.
Con
el tiempo, Joseph se daría cuenta de que el azote no era la mejor forma de
manejar a Michael porque eso le hacía salir corriendo a esconderse en el
dormitorio, bajo la cama, negándose a salir y haciendo perder el tiempo de
ensayo. Una vez le gritó a la cara que no volvería a cantar de nuevo si le
ponía la mano encima. Nos tocaba después a los hermanos mayores calmarlo y
persuadirle con caramelos.
Pero
no todo eran lágrimas y rabietas, no hay que olvidarse de que Michael era un
gran bromista. Viendo a Los Tres Chiflados aprendió cómo hacer el tonto y le
encantaba bromear. Solía poner esa cara con los ojos abiertos de par en par y
al mismo tiempo resoplando con las mejillas y frunciendo los labios. Una vez
que Joseph me estaba riñendo, Michael estaba detrás de él poniendo esa cara. Yo
empecé a reír burlonamente y Joseph gritaba, “Chico, ¿te estás riendo de mí?!” En ese momento, Michael ya había
salido corriendo a nuestro dormitorio fuera de su vista.
El
estilo disciplinario y el genio de Joseph no ganarían ningún apoyo hoy día,
pero cuando vuelvo a mis años adolescentes, empiezo a comprender la razón que
había detrás de los azotes.
No
lo sabíamos entonces, pero nuestros padres estaban preocupados por la creciente
violencia de pandillas juveniles de mediados de los sesenta. El Departamento de
Policía de Indiana creó una Unidad especial contra bandas y se dieron charlas
en la escuela sobre armas automáticas además de vigilancia del FBI en las
barriadas. En Chicago, fueron tiroteados 16 jóvenes en una semana, dos de ellos
mortalmente.
En
el Regal Theater se llegó al extremo de contratar policías uniformados para
patrullar la entrada y las taquillas porque las bandas estaban aterrorizando la
región. Todo eso llega a los oídos de todos los padres en la fábrica de acero.
Joseph no solo estaba decidido a librarnos de la vida de sufrimiento en la
fábrica, sino también a mantenernos apartados de las bandas.
Los
gansters cazaban a las personas sensibles (y todos nosotros lo éramos) y en una
ciudad con una alta tasa de divorcios y con chicos con poco respeto a sus
padres, formar parte de una banda daba a muchos chicos un sentido de
pertenencia, de familia, y una oportunidad de ganarse el amor de sus
“hermanos.”
Eso,
y que nos pudiera pasar algo terrible, era lo que Joseph temía. Su miedo aumentó
cuando Tito fue atacado un día camino a casa desde la escuela por el dinero de
su almuerzo. Lo primero que escuchamos cuando entró por la puerta fue que un
chico había intentado matarle.
Joseph
respondió haciendo dos cosas: se aseguró de que tuviéramos un objetivo;
teníamos que ensayar constantemente, lo que significaba que teníamos que llegar
a casa y no podíamos salir a jugar a la calle. Y volvió el miedo hacia sí
mismo, convirtiéndose él en el tirano en casa, previniéndonos así de someternos
a los tiranos de la calle. Y funcionó: le temíamos a él más que a ningún
gánster de la calle.
Michael
notó que Joseph al principio tenía más paciencia con nosotros, pero después la
disciplina se endureció. El momento coincidió con el aumento de la violencia callejera.
En nuestra infancia, aparte de un par de amigos, nunca jugamos más que entre
nosotros.
Tito
y yo volvíamos del colegio por la zona donde las bandas se congregaban, en
Delaney Projets. Un día vimos a un oficial de policía parado delante de una gran
mancha de sangre en la nieve. Le preguntamos qué había pasado y nos dijo que no
lo querríamos saber. Pero como niños que éramos le presionamos y nos contestó
con una palabra rara, que al llegar a casa pudimos traducir como “decapitado.”
Alguien había sido decapitado. El horror se dibujó en la cara de mamá cuando le
dije que los chicos de las bandas no eran tan malos: nos saludaban dándonos
reconocimiento por ser los Jackson 5. Poco después, los chicos se empezaron a
reunir cerca de nuestra calle. Una vez, escuchamos un disparo. “Abajo todos!” gritó Joseph. Dentro de
casa todos besamos la alfombra. Escuchamos dos disparos más y debieron pasar
unos 15 minutos antes de que Joseph decidiera que ya no había peligro. “¿Ven ahora lo que les he estado diciendo?”,
dijo.
Joseph
era un hombre con el corazón de acero pero con una dedicación dirigida hacia
algo bueno. Michael se lamentaba de no haber tenido más presente a un padre que
a un manager, pero hay un hecho irrefutable: nuestro padre crio a nueve niños
en medio de un ambiente de alta criminalidad, drogas y bandas callejeras y los
dirigió hacia el éxito sin que ni uno solo descarrilara.
Michael
era el más sensible de los hermanos, el más frágil y el más alejado de las
maneras de Joseph. En su mente joven, lo que Joseph hacía no era disciplina,
era falta de amor. Ninguno de nosotros criaría de la misma manera a nuestros
hijos hoy día. Pero si él hubiera realmente abusado de nosotros no seguiríamos
hablando con él, como Michael lo hizo hasta los ensayos de This Is It, en 2009.
Él había perdonado a Joseph y no suscribía la idea de que habíamos sido
“abusados.”
En
2001, Michael ofreció un discurso a los estudiantes de la Universidad de Oxford
sobre padres e hijos. “He empezado a ver cómo la dureza de mi padre fue una clase
de amor, un amor imperfecto, pero amor, no obstante. Con el tiempo, siento
ahora una bendición. En lugar de ira, he encontrado la absolución…
reconciliación… y perdón. Hace casi una década, fundé Heal the World. Para
curar al mundo tenemos que curarnos primero a nosotros mismos. Y para curar a
los niños tenemos que curar primero al niño en el interior de cada uno de
nosotros. Por eso quiero perdonar a mi padre y dejar de juzgarle. Quiero ser
libre para pasar a una nueva clase de relación con mi padre por el resto de mi
vida, libre de los duendes del pasado…”
***
A
pesar de lo mucho que hablaba Michael del miedo que tenía a Joseph, le gustaba
llevarlo al extremo. Entre los seis y los diez años, su amor por los caramelos
le propulsó en una misión que, para él, fue como entrar a la cueva del oso
mientras duerme. Cada mañana, antes de ir a la escuela, y con Joseph durmiendo
después de hacer un turno de noche, enviábamos a Michael a coger cambio de los
bolsillos de los pantalones que había dejado en el suelo del dormitorio.
Jackie, Tito, Marlon y yo nos quedábamos contra la pared haciéndonos callar
unos a otros y tratando de no reírnos mientras Michael se arrastraba por el
suelo lentamente en la oscuridad. Al poco tiempo, Michael salía con algún
cambio y nos íbamos corriendo de la casa gritando entusiasmados por haber
llevado a cabo otra misión con éxito. A veces eran solo unos centavos pero
otras eran algunas monedas de diez y veinticinco centavos.
A
lo largo de nuestra infancia creímos que éramos unos chicos valientes hasta que
nuestra madre nos dijo años después que ella y Joseph se quedaban en la cama
mirando con los ojos bien abiertos y sonriendo mientras escuchaban a Michael
arrastrándose hasta la puerta.
Por Jermanie Jackson libro “You Are Not Alone Michael: A Través De Los Ojos De Un Hermano por Jermaine Jackson”
Continuarás…
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