Tarde pero aquí el tercer capítulo del libro “You Are Not Alone Michael: A Través De Los Ojos De Un Hermano por Jermaine Jackson”
Michael se convirtió
en el primero de los hermanos en actuar en directo ante el público de la
escuela, Garnett Elementary School. Tenía solo cinco años cuando salió a cantar
“Climb Ev’ry Mountain” un tema de Rodgers y Hammerstein de 1959 del musical The
Sound of Music; una de sus películas favoritas.
Esa mañana salió de casa vestido con camisa
azul abrochada hasta el cuello y pantalón elegante, en lugar de sus clásicas
camisetas y vaqueros por lo que sabíamos que era algo importante para él.
Hizo todo lo que
nuestro padre nos había enseñado –y entonces llegó el momento “especial”: la
nota alta del final resonó en todo el gimnasio de una acústica perfecta.
Era como si Dios
hubiera descendido un momento y hubiera dicho: “Chico, voy a darte
una voz que no es de este mundo. Úsala!”
Michael estaba
animado y se desenvolvía por el escenario con confianza. No era él quien seguía
a la profesora, ella le seguía a él. Lo que sorprendía a todo el mundo es lo
alto que cantaba. Al final de esa nota todos se levantaron y aplaudieron.
Incluso la profesora de piano aplaudió en pie como nunca la había visto
aplaudir.
Ese es mi hermano!
Pensé. Maldita sea, Michael, hasta has hecho llorar a Papa Samuel!
Mamá estaba llorando
también y ambos estaban asombrados.
Desde aquel día,
nuestro grupo musical pasó a tener cinco miembros. Entre 1962 y el verano de
1965, Joseph nos tuvo ensayando hasta que sintió que estábamos preparados.
Lunes miércoles y viernes por las tardes desde las 4:30, después de la escuela,
sin parar hasta las siete o las nueve de la noche. Él no quería una reacción
del público del tipo: “Eh! Eso está bien para un puñado de chicos!”.
Él quería: “Guau! ¿Quiénes son
esos?”. Nos decía: “Cuando
los miren, los están controlando y llevando a su mundo. Vendan la canción. Háganlos
levantarse y gritar.”
Cinco chicos que aún
no éramos adolescentes nos preguntábamos cómo íbamos a hacer a la gente gritar.
La gente hablaba
sobre el lenguaje corporal y las emociones que Michael desplegaba en directo,
más allá de su edad. La verdad es que era un maestro de la imitación, era un
niño imitando a adultos. Cada vez que una canción requería dolor o pena, Joseph
nos decía: “Muéstralo en tu cara, déjame sentirlo…”
Michael caía de rodillas, se golpeaba el corazón y parecía… apenado. No, NO!
decía nuestro más duro crítico. “No
parece real. No lo siento.”
Michael estudiaba las
emociones humanas en las caras de los demás del mismo modo que estudiaba una
canción o un baile. Ponía los discos de James Brown y veía las películas de
Fred Astaire echado en la alfombra del salón con las manos apoyadas en la
barbilla. No tomaba notas, solo miraba enmudecido y absorbiendo como una
esponja. Lo memorizaba todo. Si veía a alguien hacer un movimiento, lo
canalizaba, como si su cerebro enviara una señal instantánea a su cuerpo.
Miraba a James Brown y se convertía en James Brown junior. Se movía con fluidez
y delicadeza desde el principio. Desde el comienzo, era un hombre bailando en
un cuerpo de niño. Era innato.
La gente se pregunta
sobre la presión y la carga que hemos debido sentir, pero no era sí. Joseph nos
hizo imaginar y creer en el éxito: piénsalo, visualízalo, créelo, hazlo
realidad. Como dijo Michael en una entrevista a Ebony en 2007: “Mi padre era un genio en el modo de
enseñarnos: en el escenario, en cómo hacer funcionar al público, anticiparse, o
no dejar nunca al público que sepa que estás sufriendo o está saliendo algo
mal. Era sorprendente en eso.”
Un día, Joseph nos
hizo ponernos a todos frente a un muro y tocarlo con las manos a una distancia
que no podíamos alcanzarlo. “Pueden
tocarlo”, decía Joseph.
“¿Cómo?,
nuestros dedos no son lo suficientemente largos…”
“Piensen
que pueden tocar el muro, créanlo”, insistía.
Michael se puso de puntillas
y se puso tenso para estirarnos a todos. Eso nos hizo reír. Era el más pequeño
pero siempre quería ser el más rápido y el primero.
En 1981, en la pared
exterior del estudio de Hayvenhurst, dejó su firma grabada en grandes letras:
“Aquellos que lo logran, tocan
las estrellas.”
***
Si no podíamos
esperar a que mamá volviera del trabajo, tampoco podíamos esperar a que Joseph
se fuera. Con él fuera de casa podíamos hacer el loco y salir a jugar. Nos
íbamos a dar una vuelta con las bicis o con los patines que había construido
Tito.
En casa veíamos mucha
televisión, era una batalla entre Jackie queriendo ver los deportes, Michael y
Marlon queriendo ver Mighty Mouse (Super Ratón) y El Correcaminos y yo,
queriendo ver Maverick, de James Garner. Los únicos programas que nos gustaban
a todos eran Los Tres Chiflados, Flash Gordon y algún wenstern de Randolph
Scott.
También disfrutábamos
acampando en los valles de Wisconsin, donde pescábamos con Joseph, quien nos
enseñó cómo poner el cebo en el anzuelo. Siempre nos quedábamos cerca de las
ciudades indias y paseábamos por las huellas que dejaron, en honor a nuestros
ancestros. Llevamos sangre india en nuestras venas, de las tribus Choctaw y
Pies Negros. De ahí proceden nuestros pómulos pronunciados, la piel clara y la
falta de vello en el pecho.
Continuará…
¡¡Gracias por leer!! Espero que hayas
disfrutado de la publicación.