♚ Capítulo Dos
EL MICHAEL MÍSTICO
Igual
que su música, vestir a Michael Jackson era un ejercicio por capas, con un
propósito pero con libertad. En el fondo de sus canciones, Michael probaba
elementos únicos e inconexos que, cuando combinaban, hacían que todo se uniera.
El caos controlado era parte de la mística de Michael.
Emular la música de Michael significaba ser polifacéticos en
nuestros diseños. Teníamos que ser equilibrados al mismo tiempo que mantener la
fluidez; adornado pero no desmañado. No solo teníamos insignias, también
hebillas, cremalleras, tachuelas y piedras de estrás. Michael no se
complementaba con accesorios, él se engalanaba. “Lo que tú no puedes usar, yo lo llevo”, era uno de sus lemas. Y tal como
lo hacía con su música, quería llevarnos hasta el límite con su vestuario, y
nos lo presentaba con una especie de rima envuelta en un acertijo: ¿Cómo saben dónde
o cuando parar antes de cortar una pieza? “No puedes parar hasta que no tienes
suficiente”, ¿verdad? Michael era un maestro del equilibrio en su música, y
nosotros tuvimos que aprender eso también para su ropa.
La sinergia de Michael entre la música y el estilo formaba
parte de su genialidad. Él tenía un interés personal en el vestuario desde los
años 60, cuando los Jackson 5 trabajaban en el circuito en busca de una gran
oportunidad. Me enteré de esto a través de una conversación ordinaria que se
convirtió en una extraordinaria revelación.
Michael y yo íbamos conduciendo camino del estudio un día en
1990 y él iba jugueteando con el tejido de una de sus chaquetas, investigando
la reluciente hilera de estrás que bordeaba la manga. “Bush”, dijo, “¿Cómo haces para no
herirte los dedos al echar hacia atrás los pequeños dientes detrás de las
tachuelas? ¿Cómo puedes poner tantas sin sangrar?”
Se refería a los dientes de la parte de atrás del aro que
sujeta la piedra en su lugar para poder fijarla a la tela con seguridad. Yo
estaba algo confundido con la pregunta. ¿Por qué le interesaría?
“Tengo una máquina”.
De acuerdo, podrían pensar que acababa de decirle dónde
vivía el Yeti.
“¿Tienes una?”
¿Me está tomando el pelo de nuevo?, me pregunté. ¿Puede realmente creer que apreté
cada diente de los cientos de piedrecitas de estrás en su ropa a mano… puede?
“Quiero una máquina”. Lo dijo como un chiquillo que acaba
de ver a su hermana con un gran helado y se le está haciendo la boca agua por
uno también.
“Cuando estábamos empezando”, comenzó Michael a explicar, “teníamos que hacernos
nuestras propias ropas para actuar. Mi madre, mis hermanos y hermanas y yo,
éramos los que las hacíamos. Recuerdo apretar esas piedras en mis ropas una a
una, y las yemas de los dedos me sangraban. Esos dientes estaban afilados.
Dolía, Bush”.
“Michael, podías haber usado un dedal”.
“Nosotros no teníamos”.
Fue cuando me di cuenta de que Michael tenía un gran aprecio
por lo que Dennis y yo hacíamos, porque experimentó lo que costaba hacerlo.
Continuará el viernes...
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