BAILE DE LA VIDA
No puedo escapar de la luna. Sus suaves rayos de luz apartan
las cortinas por la noche. Ni siquiera tengo que verla – una fría energía azul
cae sobre mi cama y me hace levantar. Bajo corriendo a la oscura entrada y abro
la puerta, no para irme de casa, sino para volver a ella. “Luna, ¡estoy aquí”
grito.
“Bien”, contesta ella. “Ahora danos un pequeño baile.”
Pero mi cuerpo ha empezado a moverse mucho antes de que ella
diga nada. ¿Cuándo empezó? No puedo recordarlo – mi cuerpo siempre se ha estado
moviendo. Desde mi infancia he reaccionado a la luna de esta manera, como su
lunático preferido, y no sólo de ella. Las estrellas me atraen, tan cerca para
ver a través de sus brillantes actos. Ellas también están bailando, haciendo un
suave tintineo de moléculas que hace que mis átomos de carbono salten al mismo
tiempo.
Con mis brazos extendidos, me dirijo al mar, que saca otro
baile en mí. El baile de la luna es lento en el interior, y suave como las
azules sombras sobre el césped. Cuando el oleaje estalla, oigo el corazón de la
tierra, y se inicia el compás. Siento los delfines saltando en la blanca
espuma, intentando volar, y casi volando cuando las olas se rizan altas en el
cielo. Sus colas dejan arcos de luz cuando el plancton brilla en las olas. Un
grupo de pequeños pececillos se elevan, brillando plateados en la luz de la
luna como una nueva constelación.
“¡Ah!” dice el mar, “Ahora estamos reuniendo un gran grupo.”
Corro a lo largo de la playa, cogiendo olas con un pie y
evitándolas con el otro. Oigo débiles sonidos de estallidos – cientos de
cangrejos de arena llenos de pánico entrando en sus agujeros, por si acaso.
Pero yo ahora estoy corriendo, a veces con mis pies, a veces lo más rápido que
puedo.
Giro mi cabeza hacia atrás y una nebulosa arremolinada dice,
“¡Gira rápido, ahora!”
Sonriendo abiertamente, agachando mi cabeza para mantener el
equilibrio, empiezo a dar vueltas lo más rápido que puedo. Este es mi baile
favorito, porque contiene un secreto.
Cuanto más rápido giro, más en mí mismo me siento. Mi baile
está exento de movimiento, lleno de silencio. Tanto como amo hacer música, es
la no oída la que nunca muere. Y el silencio es mi verdadero baile, a pesar de
que nunca se mueve. Se queda a un lado, mi coreógrafo de la elegancia, y
bendice cada dedo de las manos y cada dedo de los pies.
He olvidado la luna ahora, y el mar y los delfines, pero me
siento en su alegría más que nunca. Tan lejos como una estrella, tan cerca como
un grano de arena, la presencia se eleva, brillando llena de luz. Podría estar
en ella para siempre, es tan cariñosa y cálida. Pero tócala una sola vez, y la
luz se dispara derecha desde la quietud. Me hace temblar y me asusta, y yo sé
que mi es mi destino enseñarle a los demás que este silencio, esta luz, esta
bendición, es mi baile. Acepto este regalo sólo para darlo otra vez.
“¡Rápido, da!” dice la luz.
Como nunca antes, intento obedecer, inventando nuevos pasos,
nuevos gestos de alegría. De una vez por todas, siento dónde estoy, corriendo
de vuelta por la colina. La luz en mi habitación está encendida. Verla me trae
de vuelta. Empiezo a sentir mi corazón palpitando fuertemente, la
insensibilidad de mis brazos, la cálida sangre en mis piernas. Mis células
quieren bailar más despacio. “¿Podemos caminar un poco?” preguntan. “Esto ha
sido un poco violento”.
“Claro” me río, tomando poco a poco un paso lento.
Giro el picaporte, jadeando suavemente, contento de estar
cansado. Andando a gatas de vuelta a la cama, recuerdo algo que siempre he
admirado. Dicen que algunas de las estrellas que vemos allí arriba no están
realmente ahí. Su luz tarda millones de años en llegar a nosotros, y todo lo
que estamos haciendo es mirar al pasado, al momento del pasado en el que esas
estrellas podían brillar todavía.
“Entonces, ¿qué hace una estrella después de dejar de
brillar?” me pregunto. “A lo mejor muere.”
“Oh, no” dice una voz en mi cabeza. “Una estrella no puede
morir nunca. Tan sólo se transforma en una sonrisa y se funde en la música
cósmica, el baile de la vida.” Me gusta este pensamiento, el último que tengo
antes de que mis ojos se cierren. Con una sonrisa, me fundo de nuevo en la
música de mí mismo.
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