King!

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viernes, 24 de julio de 2015

CAPÍTULO SIETE: Jackson-manía / CHAPTER SEVEN: Jackson-mania




Nada podía habernos preparado para lo que llamaron Jackson-manía. El caos se convertiría en algo habitual en cada nuevo concierto en cualquier parte del mundo. Motown aumentó la protección policial y ensayábamos la “salida estratégica” de forma rutinaria. A la hora de salir corriendo, cada uno se ocupaba de sí mismo y, sin distraerse, se iba directo hasta el coche. Pasar por entre los fans camino del coche podía ser tan confortable como atravesar un enorme rosal. Una vez dentro del coche no podíamos ver nada por las ventanas porque la masa de cuerpos eclipsaba la luz del día.

Una vez intentamos calmarles bajando los cristales de las ventanillas para dejarles un autógrafo: 10 brazos agarraron el trozo de papel como si fueran pirañas haciéndolo pedazos. Bill Bray gritó, “¡Nunca vuelvan a hacer eso! ¡Les pueden arrancar los brazos!”
De vuelta al hotel comparábamos nuestras heridas, cortes, arañazos y magulladuras que se convertían en recuerdos de cada ciudad.

La cosa más extraña fue llamar a casa para hablar con mamá y preguntarle si estaba bien y contestó, “Oh, sí, estoy bien, invité a algunas fans a entrar y les di algo de beber.”

“¿Por qué las invitaste a entrar, mamá?”

 “Bueno, no quería ser maleducada y echarlas, ¿no?”

A todos nos gustaba este tipo de adulación a pesar del miedo a veces por tanta locura persecutoria. Michael decía: “Ellos son los que compran los discos y van a los conciertos, los que hacen que esto esté pasando, no es Joseph, ni Motown, ni nosotros.”
Después de un concierto y la gran escapada, encendíamos la televisión en nuestro hotel para ver las noticias locales. Era algo extraño vernos a nosotros mismos en la televisión. Michael observando a Michael era algo digno de ver. Se estudiaba tan detenidamente en los trozos de conciertos que ponían como lo hacía cuando veía a James Brown o a Sammy Davis Junior.

Era el único momento del día en que estaba quieto, autocriticándose, observando cada movimiento y buscando cómo mejorar. No sabía lo bueno que era. La gente alucinaba con él en los 80, pero ya era así en los 70 también. Era electrizante y sabía cómo llevar a la gente. Hablaba como un líder, no como un hermano de 12 años. “¡¿Están PREPARADOS, colegas?!” nos decía, o cuando la canción había salido muy bien gritaba, “¡Adelante!” (“Right on!”), tomando la frase de Marvin Gaye.

Los periodistas siempre estaban fascinados por el talento precoz de Michael y trataban de hacerle contestar la gran respuesta a las preguntas menos originales: “Michael, ¿cómo lo haces? ¿De dónde te viene [el talento]?” Michael, normalmente pasando las páginas de una revista como su barrera de defensa, practicaba el consejo que le ensañaron en Motown: repetía la pregunta en voz alta para darse tiempo a pensar en la respuesta:

“Que cómo lo hago…”

Y entonces venía la gran respuesta: “La mayor parte de las veces no sé qué estoy haciendo. Solo lo hago lo mejor que puedo. Solo actúo.”


Igual que preguntarle a un pájaro cómo vuela: no lo sabe, solo mueve las alas y echa a volar.

Con tanta adrenalina acumulada después del concierto, era casi imposible irse a dormir. Pero tampoco podíamos salir a dar una vuelta a tomar el aire porque las fans no solo sitiaban nuestro hotel sino también los pasillos buscándonos a nosotros o a nuestro hombre de seguridad, Bill Bray. Si le encontraban a él, ya tenían a los Jackson 5. Él estaba siempre en la puerta de la habitación sentado en una silla o en la habitación de enfrente con la puerta abierta viendo la tele. Su trabajo consistía según sus propias palabras:

“Asegurarme de que ninguna chica sube y ninguno de ustedes bajen a buscarlas.”

Una vez, creo que fue en Chicago, tres chicas subieron justo en el momento en que Bill fue al baño. Marlon, Michael y yo habíamos pedido al servicio de habitaciones y escuchamos cómo llamaban insistentemente a la puerta, pero no era Bill, él siempre decía, “Abran la puerta, jokers.”

Miramos por la mirilla y vimos a tres chicas tapándose la boca tratando de no gritar. Hasta que escucharon a Michael preguntar, “¿Quién es?”

Entonces no pudieron contenerse. Empezaron a aporrear la puerta, gritando que les dejáramos entrar. “¡MICHAEL! ¡MICHAEL! Déjanos verte… déjanos entrar… solo un minuto…” De un lado, tres fans golpeando la puerta como locas. Del otro, tres hermanos con las espaldas bien apretadas contra la puerta y los pies bien clavados en el suelo por si acaso las chicas la echaban abajo. Puede parecer una locura, pero cuando has visto como un montón de chicas destrozan un escenario, no te queda duda de cuál es el sexo fuerte.

De modo que como las fans estaban en todas partes, nuestro forzado confinamiento no nos dejaba muchas posibilidades para relajarnos y respirar, lo que significaba siete chicos rebosantes de energía rebotando por las paredes. Teníamos que liberarla de alguna manera y, con el permiso de Bill, solíamos hacer carreras por los pasillos o ver quién podía ir y volver de un lado al otro más deprisa. Hacíamos guerras salvajes de almohadas y he perdido la cuenta de cuantos colchones rompimos utilizándolos de trampolín. 


  
En medio de esta locura natural, Michael se encontraba en su elemento. Como el gran bromista que era, acumulaba un almacén de polvos pica-pica, cojines tirapedos, bombas de peste y globos de agua. Arrojar globos de agua a la gente desde las ventanas del hotel, dejar bombas de peste en los ascensores y dejar bolsas de agua colgando de una puerta es un pequeño ejemplo de sus bromas favoritas. Él nos enredaba a todos en ellas y nuestros objetivos principales eran Suzanne de Passe, Bill Bray, Jack Richardson y Bob Jones. Suzanne siempre sabía que tramábamos algo, pero Bob picaba siempre.

Creo que Bill sentía pena de nosotros, especialmente por Jackie y Tito, de 21 y 17 años entonces, que no podían salir a los clubes y se tenían que quedar en la habitación viendo deportes y haciendo maquetas de aviones y barcos, respectivamente. Él sabía lo duro que trabajábamos, ensayando, viajando, actuando… Bill era un exdetective asignado por Motown para protegernos. Estaba un poco sordo, así que teníamos que gritarle siempre. Le llamábamos “Shack Pappy” y le respetábamos enormemente, principalmente porque aguantaba nuestras bromas. A veces, el ritmo intenso que llevábamos le hacía quedarse dormido detrás del escenario o en el hotel antes de una actuación. Michael, rápido como siempre, le ataba entre sí los cordones de los zapatos y se iba corriendo detrás de la puerta. Después lanzábamos unos gritos de pánico: “¡BILL! ¡BILL! ¡SOCORRO!” Entonces se levantaba de un salto y caía de cara contra el suelo.

En las giras, una de las cosas que más le gustaba hacer a Michael era pedir al servicio de habitaciones la mayor cantidad de platos para otra habitación. Pero lo que más le gustaba eras llamar a uno del equipo con voz de chica y fingir que era una fan. Jack Nace, nuestro manager de gira y Jack Richardson, nuestro conductor, eran los objetivos favoritos. Cuando descolgaban el teléfono, Michael se presentaba como una fan: “Te vi anoche… me encanta como te veías,” decía con su voz aguda y le detallaba lo que llevaba puesto para darle autenticidad. “…y yo era fan de Michael pero no podía quitarte los ojos de encima…”

Yo me reía tan fuerte que tenía que irme al baño, pero Michael seguía: “¿Qué aspecto tengo?” preguntaba con una risilla tímida. “Bueno, soy alta, delgada y muy guapa… todas las chicas me lo dicen… ¿Cuantos años tengo? Casi 16.” Así seguía unos diez minutos por lo menos, tomándoles el pelo y engordándoles su ego, pero nunca les decíamos que éramos nosotros.

 ***

Si hubo una ciudad en la que no se dejó notar el efecto de la Jackson-manía fue en Mobile, Alabama. Esperábamos con ganas esta cita porque era un regreso a las raíces de nuestra madre, pero no tuvimos un cálido recibimiento. Nuestros padres ya nos habían advertido sobre los prejuicios del Profundo Sur y de cómo las comunidades negras estaban empezando a levantarse después del boicot en los autobuses en los años 50 o sobre la violencia del Ku Klux Klan. Habíamos visto hombres caminando cubiertos con sábanas en sus cabezas y quemando cruces, pero nuestro conocimiento de la historia era escaso antes de nuestra propia experiencia en Alabama en enero de 1971.

La primera diferencia que notamos fue que el conductor de raza blanca de nuestra limusina era frio y abrupto y no charlaba como los otros que tuvimos. Al llegar al hotel, no salió del coche para abrir las puertas ni salió nadie del hotel para ayudarnos con las maletas. Cuando sacamos nosotros mismos las maletas del coche fue cuando vimos la parafernalia del KKK. Nos quedamos helados. En la recepción del hotel recibimos el mismo recibimiento. “No creo que tengamos ninguna habitación reservada para ustedes.” Después de que Suzanne de Passe o alguien discutiera un rato, conseguimos una habitación.

Todo esto nos hacía ser más decididos al subir al escenario. Ahora llevábamos la antorcha de nuestros antepasados, éramos chicos negros actuando para fans negros que podían ahora identificarse con nosotros. Sus gritos en la actuación de esa noche se sentían como algo más que Jacksonmanía: sabían a desafío y victoria. Como dijo Sammy Davis Jr. en 1965: “Ser una estrella ha hecho posible que sea insultado en lugares en donde un negro normal no hubiera podido esperar entrar y ser insultado.”

Los recuerdos de Alabama no fueron tampoco los mejores para Michael, porque cuando dejamos Mobile en el 727, el avión comenzó a agitarse violentamente, dejando a Michael –y a mí- petrificado y fuertemente agarrado al asiento y llorando. Cuando las cosas se calmaron, una azafata fue a nuestro asiento y nos aseguró que se trataba de algo normal, lo que nos tranquilizó hasta que el piloto arruinó la calma diciendo que el avión había sido difícil de controlar pero al final lo consiguió.

Algún tiempo después, cuando dejamos el hotel para ir al aeropuerto, no podíamos encontrar a Michael. Bill lo encontró debajo de la cama llorando y negándose a salir porque no quería subir al avión. Afuera llovía fuertemente y había tormenta.

Hizo falta mucha negociación por parte de Suzanne, Bill y Jack Richardson. Finalmente fue Bill quien tuvo que llevarlo sobre sus hombros mientras lloraba y pataleaba. Esto se repitió en varias ocasiones más e hizo falta mucho amor y consuelo por parte de nosotros y de las azafatas, además de una buena cantidad de caramelos.


Continuará…

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