King!

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jueves, 23 de octubre de 2014

Adrian Grant visita el rancho Neverland de Michael / Adrian Grant visits the Neverland Ranch Michael

Hola aquí les dejo la segunda parte de La entrega de un cuadro a Michael por Adrian Grant lo recuerdan?


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Llegó el sábado 26. Había tenido que comprar un nuevo billete de avión, pero sentía que merecía la pena el gasto extra de dinero. Iban conmigo al rancho Bob Jones y su primo. Eran dos horas conduciendo por carreteras secundarias y montañas hasta el rancho, pero sabía que nuestro destino iba a ser un lugar que merecía la pena cualquier clase de viaje.

Desafortunadamente no me permitían hacer ninguna foto dentro del rancho, pero comprendía y respetaba la privacidad de Michael. Él quería que fuera algo realmente suyo, no abierto al ojo público.

Sabía que había entrado a un lugar especial cuando pasé por una señal de advertencia de niños jugando y por las estatuas de bronce de niños alineadas a cada lado del camino. Había entrado al Valle de Neverland, un lugar donde Michael podía relajarse y hacer realidad sus deseos y donde le rodeaba la paz.

El paisaje era totalmente impresionante. Nunca antes había visto una tierra y una propiedad tan bonita. Los lagos, los puentes, todo ello entre los más hermosos jardines de flores, los cuales desprendían música clásica hacia el aire veraniego.

Michael estaba en su zoo, enseñando a sus otros invitados; los músicos que trabajaban en su nuevo LP (Dangerous), su asombrosa variedad de animales. Mark, el encargado de la propiedad, empezó a mostrarme orgulloso las tierras. Uno de mis lugares favoritos era la sala de juegos. Había por lo menos 20 máquinas de juegos, en todas las cuales podías jugar gratis. Había máquinas de chicles, mesas de billar y una máquina de discos en la cual podías escoger al azar temas desde de Run DMC hasta Bon Jovi o Wham. Había también una máquina que te daba la oportunidad de ganar un muñeco de peluche en la que había que pagar, pero Michael me dijo que ese dinero iba a obras de caridad.

Cada uno de los invitados de Michael que se quedaran tenía su propio pequeño apartamento que era como un hotel de cinco estrellas. Mark nos enseñó varias habitaciones de la casa. Una biblioteca, una sala de música con un bello gran piano, antigüedades de todas partes del mundo descansaban orgullosamente en su lugar. Muchas de ellas las había conseguido durante el BAD Tour por varios países, como Italia. Había más salas de juego con tantos juguetes que habrían dejado contenta a la mayor guardería que pueda existir. Casi en cada mesa del rancho había revistas dispersas por ellas y las estanterías estaban llenas de libros de ciencia, animales y naturaleza.

Michael le dijo a Mark que nos enseñara el Museo. Éste estaba en las colinas, de modo que fuimos en coche hasta allí. Una vez dentro, me encontré frente a un maravilloso despliegue de recuerdos de Michael. Chaquetas de los Grammys de 1984, el Victory Tour, AMA de 1984, todas colgadas dentro de cajas de cristal. Había un despliegue de guantes de estrás casi de todos los colores y una brillante colección de cinturones, hebillas y broches. También estaba en una caja la “Máscara Robot” de Moonwalker, la cual se abría mostrando sus diferentes formas al apretar un botón.

Después de ver tantos maravillosos lugares de Neverland, llegó la hora del almuerzo, servido por tres cocineros de Michael. Michael, vestido con camisa roja, sombrero fedora y pantalones negros, estaba de buen ánimo durante la comida, charlando y riendo con sus músicos sobre los buenos tiempos, pasados y presentes, y sobre el futuro con su nuevo álbum. “¿Alguien tiene algún chiste?” preguntó Michael. Ninguno adecuado, pensé para mí mismo. La comida estaba absolutamente deliciosa: platos de ricas ensaladas y carnes y un postre de pastel de chocolate que era demasiado incluso para un goloso como yo.

En la sobremesa llegó el momento de ver la nueva película de Sean Connery: “La caza del octubre rojo”. Igual que en un cine de verdad, había una lista de películas para cada día de la semana. En el interior había una tienda (gratis) con una selección de chocolatinas, dulces, palomitas y helados. ¡Incluso había barras de chocolate Moonwalker hechas en Suecia! La empleada me tentó a tomar un helado asegurándome que era delicioso, y de hecho lo era. En el cine había también un estudio de baile. “¿Quieres aprender algunos nuevos pasos de baile, Michael?”, pregunté. Por supuesto, el mayor bailarín del mundo se rió ante tal sugerencia. Entonces entramos al espacioso cine. Los asientos eran grandes y confortables, giraban y se reclinaban, mucho más relajantes que los del cine Odeon.

Después de la película era ya el momento de marcharse. Yo no quería, estaba disfrutando del mejor sueño de mi vida. Agradecí a Michael por su hospitalidad mientras decíamos nuestras últimas palabras.

 -Ha sido un hermoso día, en un bonito lugar, con una bella persona.

 -Muy amable…



Portada de la revista en la que narra la historia:



Carta escrita por Michael y dedicada especialmente a los fans de la revista:




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