Todos
recordamos dónde estábamos hace cinco años cuando nos enteramos de la noticia
de que Michael Jackson había muerto de una dosis fatal de un anestésico que
usaba para lidiar con su insomnio crónico. A pesar de todo el flujo de
nostalgia y cariño, ninguno de nosotros conoció realmente al hombre cuya
pérdida lloramos. Para el público general, especialmente en sus últimos años,
Jackson se había convertido en una abstracción, no una persona sino una
caricatura de tabloide: “w**** J****”. Todos los obituarios escritos
apresuradamente trataban de extraer un recuerdo de buen gusto de la narrativa
de los medios que habían recaído en la especulación constante sobre sus
cirugías plásticas, chismes sobre su comportamiento excéntrico e,
inevitablemente, las acusaciones de si cometió o no abuso infantil que
hundieron y finalmente destruyeron su reputación. En el mejor de los casos,
lloramos la partida del chico precoz, juvenil, aún moreno, quien se convertiría
en tal trágico y roto hombre. No lloramos por el hombre.
Cuando se refiere a la historia de Jackson hoy, todavía estamos haciendo lo mejor que podemos para compartamentalizar. Ponemos “Billie Jean” y “Thriller” en una caja y su vida personal en otra, y tratamos de no pensar mucho en ello. Hace dos años, me vi forzado a reconciliar esa separación. Bill Whitfield y Javon Beard, dos hombres que sirvieron a Jackson como seguridad personal durante los últimos dos años y medio de su vida, me pidieron que los ayudara a escribir un libro sobre los últimos días de Jackson, una época a solas con su familia tras las puertas de una mansión rentada en Las Vegas, lejos del resplandor de los reflectores. No puedes escribir una buena biografía de una abstracción. Tienes que excavar al ser humano de la mitología y la falta de información construida durante décadas. La empatía es la herramienta que más se requiere, y es la cualidad que falta en virtualmente todo lo que se ha escrito sobre Michael Jackson. Lo glorificamos o lo denigramos o sentimos pena por él o tomamos su cambiante apariencia como carne de cañón para teorías sobre raza y género –el equivalente intelectual de la deshumanización que encontrarás en los tabloides. Hacemos todo esto, pero no intentamos comprenderlo a él.
Cuando se refiere a la historia de Jackson hoy, todavía estamos haciendo lo mejor que podemos para compartamentalizar. Ponemos “Billie Jean” y “Thriller” en una caja y su vida personal en otra, y tratamos de no pensar mucho en ello. Hace dos años, me vi forzado a reconciliar esa separación. Bill Whitfield y Javon Beard, dos hombres que sirvieron a Jackson como seguridad personal durante los últimos dos años y medio de su vida, me pidieron que los ayudara a escribir un libro sobre los últimos días de Jackson, una época a solas con su familia tras las puertas de una mansión rentada en Las Vegas, lejos del resplandor de los reflectores. No puedes escribir una buena biografía de una abstracción. Tienes que excavar al ser humano de la mitología y la falta de información construida durante décadas. La empatía es la herramienta que más se requiere, y es la cualidad que falta en virtualmente todo lo que se ha escrito sobre Michael Jackson. Lo glorificamos o lo denigramos o sentimos pena por él o tomamos su cambiante apariencia como carne de cañón para teorías sobre raza y género –el equivalente intelectual de la deshumanización que encontrarás en los tabloides. Hacemos todo esto, pero no intentamos comprenderlo a él.
La idea de Michael Jackson como ser humano sigue siendo una noción radical. Sin
embargo, durante el proceso de escribir el libro fue cómo llegué a conocerle. A
través de los ojos de Bill y Javon, pude ver a la persona cotidiana: Jackson
ayudando a sus hijos con sus tareas, jugando básquetbol con sus guardaespaldas
en la cochera. La conducta excéntrica era aún excéntrica por supuesto, pero
viéndola en contexto en realidad tenía sentido; tuve un mejor entendimiento de
por qué tomó las decisiones que tomó.
En cuanto a las acusaciones de abuso, una vez que realmente comencé a escarbar en ellas, lo que me sorprendió no sólo fue que eran infundadas, sino que eran tan obviamente infundadas. No obstante, las dudas sobre su inocencia persisten. Las historias de “w**** j****” no se han ido.
La razón por la que no se han ido es porque Jackson era diferente. Sus acciones estaban fuera de la norma. La gente necesita un contexto, un marco, en el cual entenderle. Los humanos somos contadores de historias. Es nuestra naturaleza moldear hechos en una narrativa. La narrativa de Jackson, conducida por los tabloides y adoptada por casi todos, era la de un chico genio que se transformó en un raro y un fenómeno y posiblemente un criminal. Es la única historia que conocemos, y a la fecha no ha habido una contra narrativa que la remplace. Las acusaciones en su contra han sido probadas como falsas, pero no han sido remplazadas por una verdad más convincente. Dependiendo el día de la semana, Jackson puede ser un pedófilo serial o un hombre-niño virginal, o ambos.
Michael Jackson merece un relato más honesto de su vida. Él merece que su historia sea dicha propiamente. Mientras reflexionamos sobre su muerte en su quinto aniversario, haríamos bien en reconsiderar todo lo que pensamos que sabemos sobre él. Tomemos, por ejemplo, una de las afirmaciones que más burlas causaron: “Yo soy Peter Pan”, una declaración que surgió durante el desastroso documental Living with Michael Jackson del 2003. Cuando Jackson dijo que él era Peter Pan, Bashir lo tomó como una oportunidad para retratar al cantante como un paciente mental en televisión nacional, y el mundo lo tomó como si Jackson se imaginara como un duendecillo extravagante, dando saltos por Neverland en medias verdes, esparciendo polvo de hadas por todos lados –ese hombre debía ser culpable de algo.
Sin embargo eso es una idea equivocada basada en nuestro propio entendimiento caricaturizado de Jackson y Peter Pan. Michael Jackson era, entre otras cosas, un lector inteligente y voraz. Él hacia viajes de medianoche a Barnes & Noble y gastaba $5,000 en libros en una sola compra. Historia, arte, ciencia, religión, filosofía –se sentaba en su casa devorando todo lo que llegara a sus manos (si fueras un insomne crónico demasiado famoso para dejar tu casa, leerías mucho también). Y la fuente de la obsesión de Jackson con Peter Pan no fue sólo el filme animado de Disney de 1953, sino también la obra y libro original de J.M. Barrie, ediciones vintage de las que Jackson coleccionaba en su biblioteca.
En la historia original de Barrie, Peter Pan es una criatura muy diferente. Incapaz de crecer, él está atrapado en un presente eterno. Vive sin consecuencias. No tiene memoria, y por lo tanto no comprende cómo sus acciones afectan a otros, por lo que nunca puede conectar verdaderamente o empatizar con nadie. Está solo. No es accidente que el hogar de Peter Pan, Neverland, sea una isla distanciada de la realidad. Tomado de la forma más literal, Neverland es un lugar donde puedes nunca aterrizar (del inglés “never land”), nunca descansar. Es la misma batalla frenética y de fantasía de piratas e indios, una y otra vez.
Peter Pan, como muchas de las grandes historias para niños, es una pieza oscura y mórbida. ¿Qué significa cuando decimos que alguien ha “perdido” un niño? Significa que el niño está muerto. Eso es lo que son los Niños Perdidos, almas de niños arrancadas de las carriolas de Londres, detenidos en su viaje de este mundo al próximo. Y el vestuario de Peter Pan no es, de hecho, un par de elegantes medias verdes. Es una túnica “cubierta de esqueletos de hojas”. El simbolismo es difícil de perder. Neverland. Los Niños Perdidos, el mismo Peter Pan, todos representan una especie de muerte, porque mientras podría parecer divertido e idílico permanecer como un niño por siempre, el nunca crecer es ya estar muerto. Y aunque Peter Pan se presenta a sí mismo como un aventurero despreocupado e intrépido, tarde de noche cuando se han acabado los juegos, es atormentado por pesadillas, sueños que son “más dolorosos que los sueños de otros chicos”, sueños que lo hacen llorar “lastimeramente”. Pero la causa del tormento nocturno de Peter Pan es un misterio, nadie comprende qué lo ocasiona, y nadie puede hacerlo desaparecer.
Cuando Michael Jackson nos dijo que él era Peter Pan, no creo que nos estuviera diciendo que quería ser una caricatura. La tragedia de las falsas acusaciones en su contra es que oscurecieron los verdaderos problemas a los que debimos haber prestado atención. Durante su juicio, una oleada de testigos aseguró que Jackson nunca les había hecho nada inapropiado. Que eran sólo amigos. Argumentaría que las relaciones de Jackson con niños, lejos de ser escandalosas, son en realidad aburridas. Inusuales a una primera vista, sí, pero al final nada más que noches de películas y viajes a parques de diversiones y otras cosas mundanas. Las relaciones de Jackson con niños son más notables por lo que nos dicen de sus relaciones con adultos, o la falta de las mismas. Eso es lo que es verdaderamente interesante sobre el hombre.
Desde que tenía 10 años de edad, Jackson estaba contratado con la industria del entretenimiento. Casi cada relación que conoció era una transacción. Para su compañía disquera, era un producto. Para su familia, era un vale de comida. Casi todos a su alrededor atraían un cheque, y cuando los cheques se detuvieron, ellos también. “He conocido a mucha gente en mi vida, y muy pocos son amigos verdaderos. Probablemente puedo contarlos con una mano”, decía Jackson. Y para el final incluso esas personas, las Elizabeth Taylor y los Chris Tucker, sólo estaban cerca de una forma superficial, por unas cuantas horas aquí y allá. Como lo apuntaran Bill y Javon, “Había mucha gente pasando por la vida de Michael Jackson, pero no había nadie en su vida”.
Jackson carga con algo de responsabilidad por su propio aislamiento. Como resultados de una vida de ser usado, él mismo era incapaz del tipo de confidencia y confianza recíproca que las relaciones significativas necesariamente conllevan. El hombre lamentaba su soledad en canción tras canción, pero era conocido por congelar las relaciones que desesperadamente deseaba. Jackson podía ser siempre amable y generoso con la gente, pero esa dulzura ostensible enmascaraba una más profunda inhabilidad para relacionarse. Él creció como el centro de su propio universo, en un mundo donde todos lo complacían. Cuando las relaciones se ponían desagradables o demandantes, él sólo las terminaba. Para la época en que se mudó a Las Vegas, Jackson se había distanciado de todos sus hermanos (sí, hasta Janet). Los dos matrimonios de Jackson también son buenos ejemplos.
Jackson se refugió en el mundo de los niños porque era el único lugar que sentía seguro. Los niños, con frecuencia decía, “no quieren nada de ti”. De hecho, fuera del estudio de grabación, sólo tres relaciones fueron constantes en su mundo: con su madre, con sus fans, y con los niños. Estas relaciones comparten una cosa en común: Son fáciles. El amor de una madre es incondicional. La devoción de un fan, aún más. Y ¿quién entre nosotros es inmune a la adoración de un niño? Estos tipos de amor, aunque son un placer de recibir, requieren poco esfuerzo. No retan al receptor y, a la larga, se vuelven debilitantes. Demasiada mamá y demasiada adoración de héroe dejaron varado a Jackson justo donde estaba, lo dejaron reticente e incapaz de cambiar.
La adoración de los fans y niños no pueden llenar el rol de una esposa o un compañero o verdadero amigo. Esas son las relaciones que nos forzan a ser la mejor versión de nosotros. En toda la obsesión de con quién dormía Michael Jackson, raramente nos hemos detenido a preguntar: ¿Con quién se conectaba? ¿A quién amaba con un amor maduro y riguroso, y quién le llegó a dar ese tipo de amor a él? Nadie. Una vez que las luces del escenario se apagaban, él estaba increíble y sorprendentemente solo –y no solamente solitario, sino totalmente carente de la posibilidad de ser de otra manera.
El único lugar luminoso en los últimos días de Jackson fueron sus tres hijos. Era el mejor y más amoroso padre que supo ser. Pero también fue, por propia admisión, un padre incompleto. No podía hacer todas las cosas que un padre se supone debe hacer. Había momentos en sus vidas que él era incapaz de compartir, cosas que el resto de nosotros daría por sentadas. Al pasar por un parque público en Virginia, los niños divisaron un parque de juegos y suplicaron a su padre que se detuvieran y fuera a jugar con ellos. Pero Jackson no podía arriesgarse a ser fotografiado con sus propios hijos, exponiendo sus identidades a los paparazzi. Así que esperó en el coche, viendo detrás de las ventanas polarizadas mientras los guardaespaldas llevaban a los niños a disfrutar el momento que debiera haber sido suyo. Ese problema sólo empeoraría conforme crecieran.
Peter Pan no tiene un final feliz, por lo menos no para él mismo. Los niños Darling se vuelven nostálgicos y ruegan a Peter Pan que los lleve de regreso a casa, lo que él hace. Los niños regresan a su habitación, sus deleitados padres corren a abrazarles, y Peter Pan se queda afuera, mirando hacia dentro, incapaz de participar en la cálida acogida de la familia. “Él tenía gozos innumerables que otros niños nunca podrán conocer,” escribió Barnie, “pero miraba a través de la ventana la alegría de la cual estaría por siempre privado.”
Innumerables gozos, pero negado de la simple alegría de ser humano. Parece una descripción muy astuta de la vida dentro de la jaula de oro de Jackson. Tal vez el tipo en la TV llamándose Peter Pan no era el que estaba loco. La diferencia más grande que puedo ver entre Michael Jackson y Peter Pan era que Peter Pan no tenía recuerdo de qué le causaba las pesadillas que lo afligían. Jackson sabía demasiado bien por qué no podía dormir por la noche, razón por la que buscó en las jeringas y píldoras para intentar y llegar a la mañana.
Michael Jackson tomó muchas malas decisiones en un esfuerzo por lidiar con sus cargas, pero no debemos juzgar esas decisiones sin un diligente y sincero esfuerzo por comprender por qué las tomó. La historia de Michael Jackson debe ser reconsiderada. El hombre fue guiado por una extraordinaria y extraordinariamente difícil vida. Merece un epitafio que no tenga un asterisco a su lado.
Tanner Colby
Co-autor de “Remember the Time: Protecting the King in his final days”
Fuentes:MjHideout.com / Slate.com
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