♚ Capítulo Siete
LO SIGUIENTE
Frecuentemente
y sin avisar, Michael me llamaba para que fuera a Neverland enseguida para
tratar de algunas cosas. Conducía tres horas desde mi casa de Los Ángeles, a
veces para revisar instrucciones concretas y otras tan solo para recibir una
críptica pregunta retórica.
Michael prefería los encuentros cara a cara porque le
permitían la oportunidad de ver la cara de la persona. Poseía una aguda
inteligencia emocional que le hacía un experto en el análisis del lenguaje
corporal y la interpretación de las expresiones faciales. Podía decirte si
estabas aburrido, interesado o entusiasmado con una idea sólo con mirarte a la
cara. Por teléfono no podía saber si estabas atareado en varias cosas o
poniendo los ojos en blanco ante su última empresa, y eso no le gustaba.
Las pocas veces que hablábamos por teléfono, empezaba
diciendo: “¿Estás con el manos libres? “¿Quién hay ahí contigo?”. Sospecho que creciendo con tantos
hermanos no disponía de mucha privacidad y quizás por eso la ansiaba tanto.
Fuera por lo que fuera, conducía hasta el rancho
entusiasmado impulsado por la posibilidad de qué sería lo siguiente.
En 1990, el presidente George H. W. Bush nombró a Michael
Artista de la Década y tal honor fue seguido por una ceremonia de entrega de
premios presentada por la American Cinema Awards (M. Bush se equivoca
al decir que los premios fueron seguidos, cuando en realidad primero fue los Cinema
Awards el 27 de enero y la Casa Blanca el 6 de abril). Poco después, en una de mis
visitas al rancho, estaba en la biblioteca con Michael mirando un libro en el
que estaba fotografiada en una brillante página la corona del Imperio
Británico, una de las joyas de la corona de Inglaterra. Michael continuó
hablándome con la nariz metida en el libro. Era el momento apropiado para
conmemorar ese hito.
No mucho tiempo después, Dennis y yo llegamos a Londres para
echar un vistazo de cerca de las joyas de la corona, expuestas en la Torre de
Londres. Si hubiera sido hoy día, habríamos podido usar internet para ver las
joyas, pero creo que Michael nos habría enviado de todos modos. Para él era
importante que nos sintiéramos completamente comprometidos con todo el proceso.
Estar inspirados con las vistas, sonidos y cultura de Inglaterra era esencial.
Desafortunadamente eso fue lo más cerca que estuvimos de ver las joyas de la
corona en aquel viaje. Cuando llegamos a la Torre de Londres, había un cartel
bajo el cristal antibalas donde se suponía que debían estar que decía: “De vuelta en dos semanas”.
Nos quedamos sin aliento un instante por nuestra mala suerte
pero no había tiempo para el pánico. Fuimos por todo Londres comprando cada
libro que pudimos y observamos otras joyas en museos.
Dennis empezó a dibujar bocetos del diseño de la corona en
una hoja amarilla, que era lo que tenía a mano. Su primera preocupación era
calibrar el tamaño de las joyas, porque si Michael iba a usarla, debían estar a
la escala de su cabeza.
Necesitó unas seis semanas de trabajo sin parar para
terminar la pieza. Cuando llegó el momento de entregársela a Michael, estaba en
Westwood, en su apartamento de Wilshire Corridor. Michael nos recibió en bata y
zapatillas… sus palabras nos indicaron que ya había estado pensando en ese
momento desde que nos pidió la corona. “Bush, no me la enseñes todavía, hazme un
show”.
Ya estábamos preparados para eso. Nunca le dábamos algo a
Michael, se lo presentábamos. Pusimos la corona sobre una almohada de
terciopelo rojo en el centro de la mesa del salón y la cubrimos con una tela de
raso blanco. Dennis tuvo el honor de descubrirla.
Michael no dijo nada, todo lo que hacía era aplaudir. Le
preguntamos si quería ponérsela pero dijo que no era el momento adecuado.
Michael nos acompañó a la puerta y tan pronto como estuvimos
en el pasillo, la cerró de golpe y echó la llave.
“Tú sabes qué cosa hay ahora en su cabeza”, le dije a Dennis. Y después
Michael me confesó que estaba en lo cierto.
Dennis Tompkins y Michael Bush con la corona de MJ
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Continuará el miércoles...
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