♚Capítulo Tres
EL MENSAJE EN LA MAGIA DE MICHAEL
Michael
Jackson era un mago del escenario. Se sentía completamente eufórico
electrizando al público con su baile pop-and-lock, que era su marca de fábrica.
Él siempre llevó sus actuaciones diez pasos adelante. “¿Qué es lo que no se ha
hecho antes? ¿Qué es lo que no he hecho antes? ¿Qué es lo que ‘ellos’ dicen que
no se puede hacer? ¿Qué puede desconcertar a la gente y hacer que se pregunten
si soy o no soy humano?” Estas eran las preguntas que se hacía Michael cada
día, e incorporar magia a su espectáculo fue la respuesta que le impulsó a una
liga particular. Otros pueden cantar y bailar, pero Michael sabía que lo que la
gente quiere realmente ver es magia. Quieren ser testigos de lo increíble.
Michael se movía por la insaciable ansia de superarse a sí mismo y darle al
público un espectáculo que nunca pudieran olvidar. No podía descansar. Un
verdadero artista no tiene un interruptor de encendido y apagado. Tan solo hay
un modo: ¡Empieza el espectáculo!
Michael
pensaba más allá de los parámetros que ni ustedes ni yo podríamos imaginar ni
en nuestros más salvajes sueños. A veces era absolutamente escalofriante: Estar
en presencia de semejante genio significaba que no sabía qué iba ser lo
siguiente. Hasta que el teléfono sonaba en medio de la noche.
“Bush,
si mi chaqueta de Thriller pudiera encenderse, eso sería lo máximo”.
“Bush,
quiero desaparecer en medio del espectáculo, delante mismo de los ojos de todo
el mundo”.
“Bush,
quiero un par de zapatos hechos completamente en plata. Nadie ha usado zapatos
de metal jamás”.
“Bush,
quiero salir volando del escenario. Sé que puedes conseguirlo”.
Yo
no era un técnico de efectos especiales, pero tenía que pensar como uno de
ellos cuando estaba diseñando los trajes para estos números. Algunas noches
hubiera deseado que simplemente nos pidiera que le enviáramos a la luna. Pero
ese rasgo de su personalidad sin límites era parte de la magia de Michael. Y
una gran parte de esa magia, como Michael mismo, no era ostentosa. Michael
encontraba a menudo la magia en cosas que no eran nada mágicas, cosas comunes
relacionadas con todo el mundo y que no tenías que ser un icono del pop para
obtenerlas, como zapatos, calcetines, guantes y sombreros. Esa puede ser la
razón por la que no creía en la palabra “no puedo”. Si un niño pequeño de Gary,
Indiana, el séptimo niño de una familia de nueve hijos, pudo aprender por sí
mismo a bailar en un par de zapatos vulgares, todo lo demás es posible.
EL PRIMER ACTO DE MAGIA: LOS ZAPATOS
FLORSHEIM
La
gente siempre estaba intentando conseguir que cambiara los zapatos de Michael. “Debería usarlos a medida o
de diseñadores”, escuchaba a menudo. Pero meterse con los
Florsheim de Michael podía ser un movimiento para acabar con tu carrera y lo
aprendí de la peor manera.
Yo
era novato cuando me uní al Bad Tour en Japón en 1987, pero sabía algunas cosas
sobre mi trabajo como ayudante de vestuario. Yo estaba a cargo del uso y del
mantenimiento de las ropas de Michael. Durante y después de los conciertos,
lavaba a mano y secaba las camisas de seda y los calcetines de lentejuelas.
Aplicaba alcohol en los cinturones metálicos, hebillas y cualquier pieza que
necesitara un pulido y brillo después de una actuación agresiva. Repasaba las
costuras o arreglaba cualquier otro tipo de desperfectos en el vestuario. Y,
por órdenes de la dirección, saqué brillo a un par de arrugados, arañados y
andrajosos zapatos Florsheim. Era lo menos que podía hacer. Ninguna
superestrella ni hombre de negocios se atrevería a ser visto con semejante cosa
en sus pies.
Michael
me vio sentado allí en su habitación puliendo como un limpia zapatos en medio
de la Estación Grand Central.
“¡No!
no toques mis zapatos”. Una oleada de
ansiedad y confusión me dejó mudo. No sabía qué decir. “Nunca saques brillo a mis zapatos”, explicó Michael. Estaba enfadado. Era un aspecto
de él que nunca había visto y se me encogió el estómago. Él nunca levantaba la voz,
pero la combinación de los gestos de sus manos y la inflexión de sus palabras
lentamente pronunciadas, indicaba que hablaba en serio. Cada vez que Michael se
enfadaba por algo relacionado con su profesión, nunca bromeaba. En su lugar,
era como un padre explicando a su hijo no solo que había hecho algo mal, sino
también por qué estaba mal. Decirme tan solo que no tocara el fuego no era lo
mismo que decirme que podría quemarme. Michael quería que aprendiera de este
error. Explicó: “La piel está gastada del modo
en que a mí me gusta. Si la cubres de crema, los zapatos resbalarán. Si me
caigo y me tuerzo un tobillo, nos quedamos todos sin trabajo”.
Antes
de que Michael pudiera andar, ya sentía el ritmo. Me dijo que su madre,
Katherine, le recuerda imitando los movimientos de la lavadora cuando era niño.
Michael aprendió a bailar en los Florsheim y temía que si intentaba bailar con
cualquier otros, podía perder la magia de sus pasos de baile. “Estos son los zapatos que mi familia podía permitirse y con
los que aprendí a bailar”, siguió
diciéndome, “No me importa lo que hagas con
mis ropas, pero no toques mis zapatos. Son mis zapatos de baile. Me gustan mis
zapatos. Déjalos en paz”.
De
hecho, tenía permiso para tocar sus zapatos cuando los sacaba de la caja,
nuevos. Con una cuchilla les hacía cortes en las suelas nuevas de piel, en la
parte donde apoya el metatarso (la almohadilla del pie). Y como las suelas de
goma se adherían, las reemplazaba con piel apta para el baile, un material más
suave y deslizante que permitía a Michael deslizarse a lo largo del escenario.
La adherencia no era buena amiga de un moonwalker.
Para
la película Capitán EO, de 1985, Michael tenía que bailar en un traje espacial
y sus Florsheim no encajaban con el tema. Unas Reebok combinaban mucho mejor,
pero él no bailaba con ellas. De modo que hizo cortar las suelas de las Reebok
con una sierra y encajó sus Florsheim en ellas.
Pedir
a Michael que bailara en un nuevo par de zapatos o meterse con los que ya había
destrozado perfectamente, era como pedirle a un bateador que cambie su bate o a
un catcher que cambie su guante. Los zapatos eran sagrados y representaban
además otra paradoja que contribuía a la mística de Michael. Él podía usar unos
protectores de piernas de oro de 18 kilates y cubrir su mobiliario con
cristales austriacos, pero no le des unos zapatos de diseño a Michael. No
pueden hacer el moonwalk o hacer claqué o ponerse de puntillas, o dar vueltas a
nueve revoluciones con la precisión de un juguete. Los Florsheim, sin embargo,
podían hacer eso y más. En las giras tenía dos pares de Florsheim gastados por
los que me volvía paranoico la sola idea de perderlos. Dormía con un par bajo
mi almohada cada noche.
Michael, dejando sus zapatos como a él le gustaban |
Continuará el lunes…
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