Judd Lander era director de publicidad de Epic UK en el
79, año en que se publicó Off the Wall. A continuación relata su
colaboración con el Rey del Pop durante sus primeros años de fama, desde la
visita a Buckingham Palace, hasta cuando iba de compras por Camden o el día que
conoció a Paul McCartney.
Un tipo llamado
Steve Popavich, un alto ejecutivo de Epic Records que trabajaba en Nueva York
—un relaciones públicas mítico— me llamó para decirme que acababa de firmar con
la familia Jackson, después de arrebatárselos a Motown (le gustaba contarme
todos los chismorreos del mercado americano). La primera vez que coincidí con
Michael fue en el 78, cuando los Jacksons regresaron de la gira Destiny, la
última que realizó con su familia, si no recuerdo mal. Al cabo de un año,
Michael empezó su carrera en solitario, vino por aquí y, como lo conocía, se lo
presenté al personal de la discográfica, como solía hacer con los artistas
nuevos, aunque Michael ya era increíblemente famoso en aquel momento. Recuerdo
que se lo presenté a todo el mundo (¡cómo olvidar la cara de susto del chico de
posproducción al tener ante sí a tan ilustre icono!). Pero él se mostraba
siempre encantador con todo el mundo.
Era genial
trabajar con Michael. Siempre viajaba ligero de equipaje. Quiero decir que,
después de las entrevistas, solíamos acabar solos él, un servidor y su
guardaespaldas, un tipo canijo y modesto. Preferíamos usar un coche pequeño,
pasando de limusinas: discreción por encima de todo. El otro día, charlando con
sus sobrinos, los 3T, justamente les contaba que una vez, pasando frente al
Buckingham Palace, de camino a unos estudios de TV en South Bank, vi que la
bandera estaba arriada. Michael no sabía qué significaba y le expliqué que era
porque la Reina no estaba en casa. Cada vez que volvía a Londres y teníamos que
acudir a alguna entrevista en la tele me decía: “Judd, ¿podemos pasar por el
palacio?” Pasábamos frente a él y se burlaba de mí con aquella risita tonta:
“¿Crees que podríamos entrar y tomar una taza de té?”. Tenía un gran sentido
del humor. Si nos aburríamos en Top Of The Pops, yo solía hacer algún truco de
magia para relajar el ambiente y a él le encantaba. Otro día acudimos a una
entrevista en Capital Radio, que en aquella época tenía su sede en la Torre
Euston. Llegamos con tiempo, soy un maniático de la puntualidad, así que
pasamos de largo y vimos a un mogollón de niños; era justo cuando acaban de
exponer la estatua de Michael en el Madame Tussaud. Había miles de niños frente
a la emisora, rodeados de policías y agentes de seguridad. Dimos la vuelta al
edificio y aparcamos en la parte posterior, junto a la esquina de una plaza
llamada Laurence Corner. Teníamos diez minutos libres y nos quedamos allí de
palique, cuando Michael vio una tienda y me preguntó qué era. Le dije que era
un sitio donde vendían cosas militares: ropa, recuerdos, etcétera. Le apeteció
entrar y como no había moros en la costa le dije que sí, pero que cinco
minutos, que teníamos que llegar a tiempo a la radio. Así que entramos y dentro
había una chica bellísima observando la multitud. Al verme entrar con Michael y
el guardaespaldas se quedó de piedra. Nunca olvidaré aquellos ojazos clavados
en él. Tuve que decirle: “Michael, dile hola o algo”.
“Hola, ¿podemos
echar un vistazo?”, le dijo. Ella se quedó embobada mirándolo y asintió
lentamente. Así que nos pusimos a curiosear y él empezó a comprar cosas
—montones de cosas— y yo detrás recogiéndolas todas. Se enamoró de un sombrero
colonial blanco con plumas, pero el dueño dijo: “No, este un artículo especial
de colección”. Respiré hondo y le dije: “Oiga, ¿usted sabe con quién está
hablando?”. Pues no, no tenía ni idea de quién era Michael y se negó a
vendérselo. En fin, pagamos las compras, nos metimos en el coche, hicimos la
entrevista y ahí acabo todo. Unos años después le conté esta historia a alguien
y un tipo de la televisión decidió averiguar quién era aquella chica, ¡y la
encontró! Había pasado ya de los cuarenta y había formado una familia. Nos
encontramos en la tienda, que se había trasladado a Camden, y me contó lo que
pasó: al parecer estuvo mirando entre la multitud con la esperanza de
vislumbrarlo entre la gente, cuando de repente Michael entró en la tienda, ¡y
le firmó un autógrafo! Él siempre era muy amable.
Una vez, durante
la grabación de Off The Wall, estábamos charlando y oímos por la radio a Paul
McCartney, con quien yo había colaborado como músico de sesión (también toqué
la armónica en Karma Chameleon y para las Spice Girls, pero eso es otra
historia). En fin, en aquella época conocía a un montón de gente y hacía todo
tipo de cosas. Así que estábamos en Soho Square y en Sony/CBS hablaban de
McCartney, y le dije: “Parece que tenemos a Paul aquí al lado”. Y él me dijo:
“Judd, me encantaría ver a Paul McCartney”. Así que llamé a Paul y resultó que,
efectivamente, se encontraba en los estudios que había justo enfrente de donde
estábamos. “¡Oh, dile a Michael que venga!”, me dijo Paul. Así que cruzamos
Soho Square y nos encontramos con Paul y Linda —una mujer fantástica—. En
seguida hicieron buenos amigos. Obviamente, aquello fue antes de que Michael
comprara el catálogo de los Beatles… Y, cómo no, acabaron haciendo Say Say Say
y The Girl Is Mine.
Michael era un
hombre realmente brillante, además de listo y afectuoso. Charlaba con todo el
mundo que conocía y siempre hacía bromas, era muy divertido. La última vez que
lo vi antes de su muerte fue en los World Music Awards, o quizá fuera en los
BRIT Awards. Se me acercó y lo primero que dijo fue: “¡Hey, Judd!, has subido unos kilitos, ¿eh?”. Siempre divertido. Era un encanto. Tenía sus problemas,
claro (por ejemplo con su padre, un tipo muy exigente), pero se esforzaba en
superarlos. Así es la vida. Lo cierto es que era un placer trabajar con Michael
y también pasar el rato con él. Era buen hombre y muy divertido, sabía cómo tratar
con la prensa. En este aspecto era realmente único, ¡acordaos si no de la
máscara de oxígeno! Alucinaba viendo como jugaba con los periodistas (y con
todo el mundo). ¿Y por qué no?... Qué listo era.
Dejé Epic y me fui
a trabajar a Motown un par de años después de que saliera Off The Wall.
Coincidí de nuevo con Michael en el 25 aniversario de Motown, en Pasadena.
Habían montado una gran fiesta y querían reunir a todas las grandes figuras
aquella noche. Todos los Jacksons confirmaron su asistencia salvo Michael, que
estaba de gira en solitario. Él propuso tocar un par de canciones, a condición
de que pudiera cantar su nuevo single, Billie Jean, a lo que Berry Gordy se
negó rotundamente. Pero Michael le estuvo dando tanto la lata que Gordy acabó
aceptando. Michael acaparó todo el éxito con ese tema. Imaginaos la escena: el
auditorio al completo —toda la gente de Motown, los Jacksons, Diana Ross y las
Supremes— y de repente aparece él, solo, se enciende el foco y empieza a hacer
el moonwalk. Era la primera vez que lo hacía. La sala se vino abajo.
En aquella época
la música era un negocio boyante, se ganaba un montón de pasta y el botín daba
para todos. Tan solo mis gastos superaron el millón durante el primer año. Eh,
pero es solo rock and roll (hoy en día tienes que pedir autorización para que
te den una bolsita de té…). Aquellos tiempos no volverán, pero me siento muy
feliz de haber podido compartir tantos momentos fantásticos con un hombre
realmente increíble.
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