Retomamos
el libro El Rey Del Estilo. Y es que cada capítulo es mucho mejor que el
siguiente (en realidad todos son buenos), ya que cada contenido nos permite conocer
un poco más a Michael Jackson en cuanto a su “estilo único” y saber cómo con un
idea se iban creando paso a paso sus fantásticos trajes y por supuesto únicas
chaquetas.
SU PEOR CRÍTICO
De vuelta al hotel le ayudaba a quitarse las ropas empapadas
de sudor y veía su proceso de relajación que siempre incluía un baño. Mientras
tanto, yo revisaba cuidadosamente la masiva cantidad de regalos que recibía de
los fans y comerciantes. Ositos de peluches, cajas de champán, montones de
cuadros al óleo y estatuas. Incluso recibió un traje de torero en España. Si estaba de buen humor, incluso
charlaba conmigo un poco a través de la puerta: “Bush, ¿has podido ver algunos museos? ¿Pudiste
ver a tus amigos?”.
Siempre quería asegurarse de que lo pasaba bien.
Después del baño, se ponía su pijama de algodón, comprado en
almacenes o confeccionado por Dennis y por mí, y el chef traía la comida, que
no sé la comía porque era el peor comedor de la tierra. La adrenalina le volvía
loco y por eso no tenía apetito. Poníamos la grabación de show que acababa de
terminar y Michael empezaba a revisarla, notando casi inmediatamente hasta el
más mínimo detalle de imperfección: “¿Qué ha pasado? Las luces no están totalmente
correctas. ¿Qué pasó allí? ¿Qué hice mal? ¿Por qué hace eso la ropa?”
En uno de su primer concierto de Tokio, durante el Bad Tour,
Michael escuchó un sonido de rasgueo durante “Billie Jean”. “Escucha ese sonido” dijo presionando el botón de
rebobinado. “¿De dónde viene?”. Y lo escuché yo también. Arañando. Tenía puesto el guante
y el micro entonces era de mano, de modo que debían ser las lentejuelas del
guante rozando el micrófono. Decidí eliminar las lentejuelas de la palma de la
mano entonces. Michael siempre quería lo mejor, pero para que el concierto resultara
perfecto, podía sacrificarse. Desde entonces hubo dos guantes Billie Jean: uno
para las actuaciones con lentejuelas por un solo lado, y otro para las fotos,
completo.
“Tienes que arreglar esto, o esto o aquello…”, así sonaba Michael, como un disco
rayado, después de ver la grabación de cada concierto, pensativo y al mando,
con su habitual y calmado tono de voz. Y yo no era el único implicado. “El guitarrista debería
estar dos pasos detrás de mí”. “Mira, tengo el palo de la guitarra detrás de mi
cabeza. Tiene que apartarse. Ese es mi foco”. Así de visual era Michael. Todo
tenía que ser perfecto. Ese era uno de sus mayores demonios.
Las lentejuelas debían ser distribuidas de manera uniforme
por ambos lados de la ropa de Michael. Cuando giraba, lo hacía tan fuerte que
si una manga era más pesada que la otra, podía desequilibrarse, resultando un
giro imperfecto. Y la imperfección no era algo aceptable para Michael.
Además, había que aprender a vestirle en la oscuridad. Antes
del Dangerous tour, terminaba su canción y durante los aplausos se cambiaba de
ropa detrás del escenario. A diferencia de otros artistas, no quería música
mientras tanto. Solo dejaba que los aplausos continuaran hasta que terminaba el
cambio. Si el ritmo le llevaba al centro del escenario y tenía que salir
corriendo para cambiarse, perdíamos valiosos segundos que parecían minutos y
horas.
Pero durante el Dangerous Tour pensó en ello y me dijo: “Espera un momento,
cuando estoy cambiándome de ropa me pierdo lo que está pasando ahí fuera con el
público. Bush, tienes que salir y cambiarme de ropa afuera”.
“Michael, tengo una buena cara para la radio,
pero no soy una persona de escenario”, protesté.
Él no se rió. “Bush, si te llevo fuera y yo estoy bajo los
focos y tú en la oscuridad, no te verán. Después sales corriendo. ¡Pof! Me he
cambiado y es magia”.
De modo que en la siguiente ocasión me encontré en el
perímetro del foco cambiando de chaqueta a Michael en el Medley de Motown.
Mientras estuviera en la oscuridad, pensaba que todo iría bien. Tengo pánico
escénico desde que puedo recordar y hablar en público no es mi fuerte, pero no
había tiempo para pensar en ello.
Tenía la siguiente chaqueta en mi mano, la toalla en la boca
para secarle el sudor y un kit de costura en el bolsillo trasero. Entonces
Michael dio un paso fuera del foco y dijo: “Señoras y señores, ¡Michael Bush!”, y casi se tira al suelo doblado
por la risa.
Yo no estaba feliz después del show y cuanto más evitaba su
conversación, más se divertía él, hasta que se convirtió en algo más que una
broma y decidió: “Ahora formas parte de mi show, Bush”. Porque para Michael, cambiarse de
ropa podía ser un show. Tenía su forma de ponerse una chaqueta. Extendía sus
brazos tensos hacia el suelo y ligeramente detrás de él, con la espalda
arqueada, y la barbilla levantada. Tenía esa magia de actuar solo para ti,
incluso mientras se cambiaba de chaqueta.
Pero incluso con los focos, yo quedaba fuera de ellos, de
modo que tenía que manejar las ropas y ingeniarmelas para verlas en la
oscuridad. El mejor modo de hacerlo era coser el interior con hilo blanco, de
modo que todo lo que Michael tenía que hacer era poner sus brazos detrás de él
y toda la chaqueta brillaba.
Luego estaba el asunto de las cremalleras en la oscuridad.
Añadimos una lengüeta de piel a cada cremallera. A Michael le gustaban porque
se movían cuando caminaba. Nos pidió añadírselas también a sus ropas de calle.
Michael tenía que cambiarse una vez de pantalones durante
sus shows. Empezaba con los negros elásticos pero a la mitad necesitaba ponerse
los sueltos para Billie Jean y sus calcetines de lentejuelas. A veces poníamos
una cinta dorada o blanca de velcro en el lateral de los pantalones Billie
Jean, que se podía retirar y hacer parecer como si llevara un tercer par de
pantalones en lugar de dos durante el show.
Continuará el viernes...
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