Seguimos
con los capítulos del libro Poemas y Reflexiones “Dancing The Dream”
EL CHICO Y LA ALMOHADA
Un
sabio padre quería enseñar a su joven hijo una lección. “Aquí tienes una
almohada cubierta con brocados de seda y rellena de las plumas más raras,”
dijo. “Vete a la ciudad y mira por cuánto la puedes vender.”
Primero,
el chico fue al mercado, donde vio un rico mercader de plumas. “¿Qué me darás
por esta almohada?” preguntó. El mercader entrecerró los ojos. “Te daré
cincuenta ducados de oro, ya que veo que realmente es un tesoro raro.” El chico
le dio las gracias y continuó. A continuación vio a la mujer de un granjero
vendiendo verduras a un lado de la carretera. “¿Qué me dará por esta almohada?”
preguntó. La mujer la probó y exclamó, “¡Qué suave es! Te daré una pieza de
plata, ya que me encantaría apoyar mi cansada cabeza en una almohada como esa.”
El
chico le dio las gracias y siguió caminando. Finalmente vio a una joven chica
campesina lavando los escalones de una iglesia. “¿Qué me darás por esta
almohada?” le preguntó. Mirándole con una extraña sonrisa, le contestó, “Te
daré un penique, ya que puedo ver que tu almohada es dura comparada con estas
piedras.” Sin dudar, el chico colocó la almohada a los pies de la chica.
Cuando
llegó a casa, le dijo a su padre, “He conseguido el mejor precio por tu
almohada.” Y sacó el penique. “¿Qué?” exclamó su padre. “Esa almohada estaba
valorada en cien ducados de oro por lo menos.”
“Eso
es lo que un rico mercader vio,” dijo el chico, “Pero avaramente, me ofreció
cincuenta. Conseguí una oferta mejor que esa. La mujer de un granjero me
ofreció una pieza de plata.”
“¿Estás
loco?” dijo su padre. “¿Desde cuándo una pieza de plata vale más que cincuenta
ducados de oro?” “Desde que es ofrecida con amor,” contestó. “Si me hubiera
dado más, no hubiera sido capaz de alimentar a sus hijos. Pero tuve otra oferta
todavía mejor que esa. Vi una chica campesina lavando los escalones de una
iglesia que me ofreció este penique.”
“Has
perdido los papeles completamente,” dijo su padre, moviendo la cabeza. “¿Desde
cuándo un penique vale más que una pieza de plata?” “Desde que es ofrecida con
devoción,” contestó el chico. “Esa chica estaba trabajando para el Señor, y los
escalones de Su casa parecían más blandos que cualquier almohada. Más pobre que
el más pobre, todavía tenía tiempo para Dios. Y por eso le ofrecí a ella la
almohada.” Cuando dijo esto, el sabio padre sonrió y abrazó a su hijo, y con
lágrimas en los ojos murmuró, “Has aprendido bien.”
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