miércoles, 3 de diciembre de 2014

El Chico y la Almohada / El Chico and Pillow




Seguimos con los capítulos del libro Poemas y Reflexiones “Dancing The Dream”
 



EL CHICO Y LA ALMOHADA

Un sabio padre quería enseñar a su joven hijo una lección. “Aquí tienes una almohada cubierta con brocados de seda y rellena de las plumas más raras,” dijo. “Vete a la ciudad y mira por cuánto la puedes vender.”

Primero, el chico fue al mercado, donde vio un rico mercader de plumas. “¿Qué me darás por esta almohada?” preguntó. El mercader entrecerró los ojos. “Te daré cincuenta ducados de oro, ya que veo que realmente es un tesoro raro.” El chico le dio las gracias y continuó. A continuación vio a la mujer de un granjero vendiendo verduras a un lado de la carretera. “¿Qué me dará por esta almohada?” preguntó. La mujer la probó y exclamó, “¡Qué suave es! Te daré una pieza de plata, ya que me encantaría apoyar mi cansada cabeza en una almohada como esa.”

El chico le dio las gracias y siguió caminando. Finalmente vio a una joven chica campesina lavando los escalones de una iglesia. “¿Qué me darás por esta almohada?” le preguntó. Mirándole con una extraña sonrisa, le contestó, “Te daré un penique, ya que puedo ver que tu almohada es dura comparada con estas piedras.” Sin dudar, el chico colocó la almohada a los pies de la chica.

Cuando llegó a casa, le dijo a su padre, “He conseguido el mejor precio por tu almohada.” Y sacó el penique. “¿Qué?” exclamó su padre. “Esa almohada estaba valorada en cien ducados de oro por lo menos.”

“Eso es lo que un rico mercader vio,” dijo el chico, “Pero avaramente, me ofreció cincuenta. Conseguí una oferta mejor que esa. La mujer de un granjero me ofreció una pieza de plata.”

“¿Estás loco?” dijo su padre. “¿Desde cuándo una pieza de plata vale más que cincuenta ducados de oro?” “Desde que es ofrecida con amor,” contestó. “Si me hubiera dado más, no hubiera sido capaz de alimentar a sus hijos. Pero tuve otra oferta todavía mejor que esa. Vi una chica campesina lavando los escalones de una iglesia que me ofreció este penique.”

“Has perdido los papeles completamente,” dijo su padre, moviendo la cabeza. “¿Desde cuándo un penique vale más que una pieza de plata?” “Desde que es ofrecida con devoción,” contestó el chico. “Esa chica estaba trabajando para el Señor, y los escalones de Su casa parecían más blandos que cualquier almohada. Más pobre que el más pobre, todavía tenía tiempo para Dios. Y por eso le ofrecí a ella la almohada.” Cuando dijo esto, el sabio padre sonrió y abrazó a su hijo, y con lágrimas en los ojos murmuró, “Has aprendido bien.”

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