miércoles, 19 de noviembre de 2014

El Michael Místico / The Michael Mystique



Capítulo Dos

EL MICHAEL MÍSTICO

Igual que su música, vestir a Michael Jackson era un ejercicio por capas, con un propósito pero con libertad. En el fondo de sus canciones, Michael probaba elementos únicos e inconexos que, cuando combinaban, hacían que todo se uniera. El caos controlado era parte de la mística de Michael.
 


Emular la música de Michael significaba ser polifacéticos en nuestros diseños. Teníamos que ser equilibrados al mismo tiempo que mantener la fluidez; adornado pero no desmañado. No solo teníamos insignias, también hebillas, cremalleras, tachuelas y piedras de estrás. Michael no se complementaba con accesorios, él se engalanaba. “Lo que tú no puedes usar, yo lo llevo”, era uno de sus lemas. Y tal como lo hacía con su música, quería llevarnos hasta el límite con su vestuario, y nos lo presentaba con una especie de rima envuelta en un acertijo: ¿Cómo saben dónde o cuando parar antes de cortar una pieza? “No puedes parar hasta que no tienes suficiente”, ¿verdad? Michael era un maestro del equilibrio en su música, y nosotros tuvimos que aprender eso también para su ropa.

La sinergia de Michael entre la música y el estilo formaba parte de su genialidad. Él tenía un interés personal en el vestuario desde los años 60, cuando los Jackson 5 trabajaban en el circuito en busca de una gran oportunidad. Me enteré de esto a través de una conversación ordinaria que se convirtió en una extraordinaria revelación.

Michael y yo íbamos conduciendo camino del estudio un día en 1990 y él iba jugueteando con el tejido de una de sus chaquetas, investigando la reluciente hilera de estrás que bordeaba la manga. “Bush”, dijo, “¿Cómo haces para no herirte los dedos al echar hacia atrás los pequeños dientes detrás de las tachuelas? ¿Cómo puedes poner tantas sin sangrar?”

Se refería a los dientes de la parte de atrás del aro que sujeta la piedra en su lugar para poder fijarla a la tela con seguridad. Yo estaba algo confundido con la pregunta. ¿Por qué le interesaría?

“Tengo una máquina”.

De acuerdo, podrían pensar que acababa de decirle dónde vivía el Yeti.

“¿Tienes una?”

¿Me está tomando el pelo de nuevo?, me pregunté. ¿Puede realmente creer que apreté cada diente de los cientos de piedrecitas de estrás en su ropa a mano… puede?

“Quiero una máquina”. Lo dijo como un chiquillo que acaba de ver a su hermana con un gran helado y se le está haciendo la boca agua por uno también. 

“Cuando estábamos empezando”, comenzó Michael a explicar, “teníamos que hacernos nuestras propias ropas para actuar. Mi madre, mis hermanos y hermanas y yo, éramos los que las hacíamos. Recuerdo apretar esas piedras en mis ropas una a una, y las yemas de los dedos me sangraban. Esos dientes estaban afilados. Dolía, Bush”.

“Michael, podías haber usado un dedal”.

“Nosotros no teníamos”.

Fue cuando me di cuenta de que Michael tenía un gran aprecio por lo que Dennis y yo hacíamos, porque experimentó lo que costaba hacerlo.


 Continuará el viernes...

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